El presidente brasileño Luis Inácio “Lula” Da Silva visitó a Argentina y adelantó que se está trabajando en un proyecto de moneda común (regional) entre Argentina y Brasil. Desde la implementación del Mercosur en varias ocasiones estuvo la idea de ir más allá de profundizar las relaciones comerciales entre los países (imitando a la zona euro) y crear moneda común entre Brasil y Argentina. La meta es muy desafiante. En el corto plazo, lo único viable es avanzar en objetivos menores que pueden darle “oxigeno” a Argentina ante la falta de reservas y la restricción al pago de importaciones, como ser “desdolarizar” parte del el intercambio comercial).
El título de la moneda común entre Argentina y Brasil es muy ambicioso y hoy no es algo que esté en la prioridad de ninguna agenda oficial, como lo dejó bien en claro el ministro de Hacienda brasileño, Fernando Haddad, quien además dijo que él particularmente nunca fue favorable a la creación de una moneda común al “estilo Euro”.
Establecer una nueva moneda implicaría acuerdos y transformaciones del Mercosur muy importantes. Por ejemplo, la unión europea tardó casi 40 años para consolidarse, reemplazando las monedas nacionales por el Euro. Además es necesario llevar adelante transformaciones muy importantes para pasar de una unión aduanera a una unión monetaria.
Sería necesaria una convergencia de variables macroeconómicas, hoy algo completamente ilusorio siendo que Argentina convive con 95% de inflación, devaluación permanente y tasas de interés del 107% efectiva anual. Pero más importante aún, con países con historias macroeconómicas muy distintas, especialmente en las últimas dos décadas. La Unión Europea, por ejemplo, fijó en el tratado de Maastricht, en el año 1992, criterios de convergencia de las variables macroeconómicas, mientras que recién en 1999 entró en circulación el Euro. Específicamente, se fijaron topes al nivel de déficit fiscal y al ratio de deuda pública sobre PBI, se estableció un límite a la inflación anual, se fijó como meta la estabilidad de tipos de cambio (menor fluctuación del tipo de cambio) y se puso limites al nivel de la tasa de interés de referencia de los bancos centrales.
Además, sería necesario crear un Banco Central que regule la nueva moneda y capitalizar a ese regulador monetario. Hoy argentina tiene solo U$S 6.000 millones de reservas netas en el BCRA, un piso histórico en relación a su PBI (1,5%), mientras resto de los países del bloque cuentan con un exceso de reservas que respaldan sus monedas.
Por ello, en una economía como la argentina, con tanta volatilidad y turbulencia, plantear una convergencia de las variables macroeconómicas y la creación de un Banco Central “Sudamericano” (al estilo Banco Central Europeo) es casi imposible.
Argentina arrastra problemas crónicos de elevado déficit fiscal, falta de financiamiento externo, inflación alta, distorsión en los precios relativos, bajo crecimiento del PBI, entre otras.
Además, en el plano cambiario tiene un control de cambios (cepo cambiario) con una brecha cambiaria que supera el 100% , un comercio exterior administrado (con múltiples regulaciones para las importaciones –SIRA-) y, como se dijo, muy pocas reservas netas en el BCRA (u$s 6.000 millones).
Con la “foto” actual y la película de los últimos 20 años es imposible pensar en una moneda común con Brasil.
Por ello, el proyecto que impulsan “Lula” Da Silva y Alberto Fernández por ahora se limita a un intento de “desdolarizar” el intercambio comercial entre ambos países. La “moneda común” no sustituiría ni al Peso Argentino y al Real. Sino que sería una moneda que permitiría evitar al dólar en el intercambio comercial. Se haría a través de compensaciones en el comercio entre Argentina y Brasil.
El comercio bilateral en los últimos años fue deficitario para Argentina. En 2022, Argentina registró exportaciones a Brasil por U$S12.664 millones de dólares y recibió importaciones brasileñas por casi U$S 15.979 millones. Es decir, tuvo un déficit comercial de U$S 3.314 millones. –ver gráfico-
En otras palabras, la nueva moneda tendría un funcionamiento más parecido a un swap de monedas, como el swap con China. Este objetivo de corto plazo permitiría al equipo de Massa tener una mayor disponibilidad de dólares en las reservas del BCRA para 2023.
Es clave para poder tranquilizar al frente cambiario que el BCRA continúe acumulando reservas netas. Este año el impacto de la sequía se estima en una caída de la liquidación de agro-dólares aproximada de U$S 10.000 millones y este proyecto con Brasil podría darle a Massa, una vez más, algo de “oxigeno”, si se lograra que parte de las importaciones con Brasil no se cancelaran con dólares. Para Brasil, a su vez, sería una formula para defender su participación en el mercado argentino –que viene perdiendo espacio frente a China– si los exportadores brasileños lograran no ser alcanzados por las restricciones que impone a las importaciones el régimen SIRA.
Por su parte, Lula ofreció financiamiento a través del Banco de desarrollo brasileño (BNDES) para fondear el proyecto del gasoducto de Vaca Muerta, en su segunda etapa. Brasil importa gas de Bolivia y la producción de gas boliviana está declinando desde el año 2015. Por eso, es necesario tener otra vía de acceso al gas a precios razonables para Brasil y el financiamiento del gasoducto de Vaca Muerta le permite abrir esa puerta.
En resumen, la moneda común con Brasil es una idea, un “camino largo”, que permite justificar un nuevo “atajo” para disponer de más dólares (en el cortísimo plazo) al BCRA. Y así, evitar una mayor turbulencia cambiaria para Argentina en 2023.