El presidente Macri está convencido de que no tiene el más mínimo margen para dar marcha atrás en el ritmo de suba de las tarifas de servicios públicos y el recorte de subsidios. Dujovne, Sturzenegger y Caputo le trasmitieron en las últimas horas sus impresiones de los encuentros que mantuvieron en Washington con inversores, funcionarios del FMI y colegas del G-20. Hay “muchas ganas de que a Argentina le vayan las cosas bien”, pero también cautela con un país que vive de prestado, con un agujero fiscal muy elevado y un mundo “plagado de incertidumbres importantes”, como lo definió Sturzenegger.
En medio de una apretada agenda de reuniones, durante la Asamblea del FMI, el presidente del Banco Central participó de una con sus pares del G-20 que lo dejó especialmente preocupado. “Esperan 9 subas en la tasa de interés de la Fed entre este año y el próximo. Mamita. Esperemos que se equivoquen”, le dijo a uno de sus colaboradores.
Si ése fuera el escenario más probable, la venta masiva de reservas (U$S 2100 millones en 3 días) para contener al dólar sólo se explicaría por la obsesión del Banco Central por mostrar en mayo una fuerte desaceleración de la inflación. En el Central lo niegan. Dicen que el impuesto a las Lebacs que empieza a regir desde hoy llevó al desarme de cartera de especuladores extranjeros, y que no había por qué convalidar un salto en el tipo de cambio, después de la suba ocurrida durante el verano. Veremos cómo sigue.
Es difícil encontrar otra justificación razonable cuando sube la tasa de interés en Estados Unidos; casi todos los países de la región devalúan sus monedas; y un café o un sándwich con gaseosa dentro del edificio del Fondo Monetario en la la calle 19, cuestan lo mismo que en un bar de la avenida Corrientes.
Sturzenegger cree, además, que la incertidumbre en el escenario internacional crecerá por la propia política económica de Trump. El aumento del déficit fiscal norteamericano, en una economía con alto crecimiento y pleno empleo, desembocará en una ampliación del déficit externo de Estados Unidos. Justo lo contrario de lo que Trump prometió a su electorado. Paradójicamente, a manera de profecía autocumplida, esta situación podría llevar a Trump a pasar de las amenazas proteccionistas a los hechos, endureciéndose más y desatando una guerra comercial real con China.
Estos pronósticos son una señal de alarma para la administración Macri. La política de “gradualismo fiscal” del Gobierno requiere de tres factores: financiamiento, tiempo y suerte. Traducido: aún cumpliendo las metas oficiales de reducción gradual del déficit fiscal, serán necesarios poco más de U$S 30.000 millones por año entre 2018 y 2020 para cubrir el agujero fiscal, incluidos los intereses en dólares, y refinanciar vencimientos de capital de la deuda. Muchos dólares para un país que ya empapeló los mercados de capitales de bonos argentinos en los últimos dos años.
Pero además en Washington salió a la luz una divergencia clave entre las proyecciones fiscales del Gobierno y las que elaboran los funcionarios del FMI. Según las metas trazadas por la administración Macri, el déficit fiscal primario (antes del pago de intereses) disminuye lentamente (a razón de un punto por año), al 3,2% este año y se llega al equilibrio fiscal en 2021. Mientras que la deuda (con privados y organismos internacionales) crece del 28,5% del PBI en 2017 hasta un máximo de 37,3% en 2020, y partir de entonces empieza a disminuir en relación al tamaño de la economía. Pero lo más relevante es que, en las cuentas oficiales, el déficit total (incluidos intereses de la deuda) que este año sería del 5,2% del PBI se achica al 2% en 2021 y desde entonces disminuye todavía más porque desde entonces el Gobierno prevé superávit operativo o primario. El mensaje oficial a los mercados es: préstenme durante estos tres años mientras arreglo las cuentas públicas, que después no los voy a necesitar demasiado porque voy a disponer de recursos propios incluso hasta cubrir parte de los intereses de la deuda.
Los números del FMI son muy distintos. “Para nosotros el déficit financiero total sigue creciendo hasta 2023. Es algo preocupante”, me dijo Roberto Cardarelli, el jefe de las misiones del Fondo para Argentina. El organismo lo puso en cifras en el “Fiscal Monitor” de abril que difundió en Washington: en sus proyecciones para Argentina, este año el déficit fiscal total es de 5,5% del PBI y todavía se mantendrá en 4,8% del PBI en 2023. Después de Brasil (excluyendo obviamente a Venezuela), es y será el déficit más alto de la región por muchos años. Con una diferencia significativa: Brasil financia la mayor parte de su déficit con deuda en reales emitida en el mercado local. Según ese pronóstico, Argentina necesitaría crédito por U$S 30.000 millones al año por los próximos 6 años. Hoy, un escenario de ciencia ficción. “Tienen que convencer a los argentinos de ahorrar en pesos, porque nosotros vemos necesidades de financiamiento muy altas para los próximos años. Ahora el financiamiento está disponible, pero en el futuro no lo sabemos”, dice el economista del Fondo.
Cuando se enteró de esas proyecciones del Fondo, el ministro de Finanzas, Luis Caputo las desacreditó: “Sólo asumiendo que la tasa de interés (internacional) sube muchísimo, que no podemos bajar el déficit primario o que el dólar pega un salto se llegaría a un resultado así. No puede ser, tienen todos los números mal”, se enojó.
Por ahora los mercados se guían por las promesas oficiales de Dujovne y Caputo. Pero los funcionarios tomaron nota de que el panorama ya no es el mismo. Por eso, para que el “gradualismo” no naufrague, Macri no debe moverse ni un centímetro de las metas de reducción del déficit. E incluso apuesta a sobrecumplirlas. Para ello, es clave el ahorro que logrará el fisco –a expensas de los jubilados—con la modificación de la ley de movilidad previsional en diciembre. Tampoco puede dar ni un paso atrás en los recortes de subsidios previstos para este año no electoral.