La recuperación del sistema financiero luego de la crisis de 2001 fue asombrosa.
El tiempo de los bancos vallados para evitar los ataques de los furiosos clientes atrapados por el corrallito quedó en el pasado.
En los últimos 9 años multiplicaron sus ganancias. Y a pesar de las críticas de la Presidenta, estuvieron entre los principales ganadores del modelo.
El año pasado, reportaron utilidades por 46 mil millones de pesos, un 58 por ciento más que en 2013, varios puntos por encima de la inflación.
Paradójicamente, en la Argentina los bancos parecen romper la ley de gravedad: cada vez ganan más y prestan menos. Van a lo seguro: les cobran comisiones caras a sus clientes y evitan correr el riesgo lógico inherente a su actividad, que es otorgar créditos. Durante la era K, la cantidad de préstamos a las empresas y a las familias se estancó en el 15 por ciento del PBI, por debajo del 22% del PBI que existía durante los años ’90. Según datos del Banco Central, casi la mitad de las líneas fueron a financiar el consumo y apenas el 9 por ciento se destinaron a la inversión. Además, los créditos hipotecarios casi desaparecieron del mercado.
Sin problemas de liquidez, ni de solvencia, como en el pasado, los bancos están lejos hoy de cumplir el objetivo de financiar un modelo productivo. Prefieren apostar a un negocio garantizado:
· Prestar poco y caro.
· Cobrar elevadas comisiones.
· Financiar al Estado a tasas elevadas.
